Las conservas ocupan un lugar de honor en la cocina moderna. Aunque no queramos reconocerlo. «La lata, en Bilbao, la miramos de reojo. La tenemos para que nos saque de un aprieto, como un paracaídas», sonríe Sabino Celaya, el habilidoso patrón de Singular, garito de la calle Lersundi, que ha hecho de la necesidad virtud. Como su licencia municipal les impide tener cocina se han tenido que tirar «al laterío de calidad» de cabeza. Y con éxito de crítica y público, que diría un crítico teatral.

Porto Muiños, Frinsa, Zayo, Serrats, José Peña, Paco Lafuente, Don Bocarte, Nardín, San Filippo y, otras más conocidas, como Ortiz o El Velero, presentan latas superlativas, sabrosonas. Son un reflejo de la pujante industria conservera española (la tercera del mundo y primera de la Unión Europea). 

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